El analista boliviano explica la coyuntura electoral en EEUU desde una visión actual y comprometida con la libre expresión, aquella que está alejada de la agenda mediática
VISOR BOLIVIA (redacción, 29 octubre).- Estados Unidos se juega más que la presidencia en las elecciones de este 8 de noviembre. El candidato republicano Donald Trump se ha convertido en un fenómeno y tema de análisis, pues rompe con la estructura del sistema establecido y se convierte en un modelo generacional, aunque esto suene o aparente una contradicción.
VISOR BOLIVIA conversó con el analista político y exasesor parlamentario Erick Fajardo, quien se encuentra en EEUU formando parte de la Maestría de Gobernanza y Comunicación Estratégica de la Universidad George Washington.
Fajardo hace un análisis alejado de los discursos obsoletos y se adscribe en la defensa de una generación que tiene en las redes sociales un medio para expresarse más allá de la agenda que los medios masivos tratan de imponer en la opinión pública. Advierte así, en el caso de Trump, que éste es retratado como un “castigo bíblico” por la agenda mediática, pero se convierte en el antihéroe de la narrativa millennial, poniendo a su vez en apuros al sistema bipartidista que podría ser testigo de la última elección monopolizada entre Demócratas y Republicanos.
Finalmente, el también periodista y académico boliviano, hoy exiliado fuera de la Patria como cientos de compatriotas por persecución política, sentencia que más allá de los discursos, los gobiernos del llamado “socialismo del siglo XXI” están muy cercanos e incluso obedecen las demandas expedidas desde Washington.
¿Cuál es la sensación de la comunidad latina sobre ambos candidatos?
En realidad, el inicial “efecto anti-Trump”, producto de la amplificación sistemática que hizo la media del tópico del “muro”, quedó atemperada por la filtración de los correos de la campaña de Hillary, plagados de expresiones racistas sobre los hispanos o – como a ellos les gusta llamarnos – “latinos”. Conclusión: la intolerancia anti-inmigrante no es un rasgo exclusivo de un partido, de un candidato o de una narrativa. En los Estados Unidos hay racismo y racismo a la inversa, discriminación y discriminación positiva, hacia los asiáticos, hacia los musulmanes, hacia los gays y de cada uno de estos hacia las otras minorías. Es el efecto de la atomización de la identidad: cada vez es una minoría más reducida la que se reconoce en los “valores americanos”, porque esos valores son excluyentes.
Lo primero que hay que entender en la estrategia de Trump es que él le habla a su elector, a su target electoral. Por eso temas que son sensibles para los hispanos, como las fronteras, le resultan favorables de plantear a Trump, porque más allá del descontento que produzcan entre los hispanos, le reditúan ampliamente en sus nichos electorales.
La otra paradoja es que la presencia del hispano en América es absoluta en términos de opinión pública pero escasamente relevante en términos de opinión política. En pocas palabras, trabajamos duro y gritamos fuerte pero la mayoría, no votamos.
En su criterio, ¿qué se juega EEUU en esta elección presidencial?
En mi criterio la inmigración, el racismo y el sexismo son temas distractivos que la media introdujo en su agenda para “personalizar” el debate electoral. Demócrata versus republicano, macho sexista versus mujer progresista, temperamento belicoso versus actitud “políticamente correcta”, etc., esos son los temas de la agenda mediática.
Los temas de la agenda pública en esta elección son mucho más estructurales. La colusión banca-gobierno y la crisis financiera, la sistemática arremetida de las agencias federales contra la política en red, los secretos sucios tras la otra guerra en Oriente Medio, la judicialización de Apple y WhatsApp para desencriptar nuestras conversaciones, las escuchas y espionaje de la CIA a ciudadanos americanos, esos son algunos temas estructurales de la agenda pública.
Y por esto mismo, lo que se juega no es si Trump o Hillary serán el próximo presidente, lo que se juega en esta elección es la continuidad o no del sistema político americano, del monopolio bipartidista de la representación política, frente a la emergencia de nuevos actores e identidades políticas, tanto entre candidatos como en los electores.
Tercer debate Trump vs Clinton
¿Cómo analiza el fenómeno Trump? ¿Entra en la categoría de los outsiders?
Esta es una elección de outsiders. Es la elección de los “recién llegados” contra el sistema político. Hay outsiders entre los candidatos y en los electores.
Trump es un outsider, un organismo exógeno al sistema político americano, que el establishment intenta purgar. Ya lo hicieron en las internas demócratas con otro outsider: Bernie Sanders.
De principio el sistema bipartidista absorbió a ambos, trató de asimilarlos. Los demócratas absorbieron a Sanders cuando perdieron Vermont contra él como independiente y los republicanos a Trump cuando entendieron que si él corría por cuenta propia, el desbande de su electorado se haría dato estadístico. Pero al entender que ambos representaban un riesgo estructural para las relaciones de poder y las narrativas legitimadoras del sistema, entonces decidieron descartarlos. A Bernie lo tumbaron en una amañada elección en Nueva York, cerrando precisamente la participación a los nuevos electores. Creo que a Trump se les hará un poco más difícil sacarlo de escena.
El problema del establishment es que hay outsiders también en el electorado americano. Una nueva generación de electores ha llegado a la mayoría de edad: los denominados “millennials”. Es una generación de maduración política temprana, una masa crítica que asumió conciencia de su rol histórico y que entiende la participación política más allá del formalismo del voto. Pienso que es este electorado outsider, que no se puede purgar igual que los candidatos, es el que va a poner en problemas al sistema político en noviembre.
¿Pero cómo se explica Trump desde la psicología del elector?
El elector es un fenómeno con dos actores. Hay una regresión profunda en la psicología del elector baby-boomer. Trump es el alter ego de la sociedad estadounidense del siglo XX, es la “mitad malvada” o el Mr. Hyde oculto en el inconsciente social de una nación que, ante la corrupción o la tiranía de sus regentes invoca la lluvia de fuego sobre Sodoma, libera al ángel de la muerte Samael sobre Egipto. El mismísimo Michael Moore, de Fahrenheit 9/11, habla de este fenómeno como el “efecto Jesse Ventura” o el castigo al sistema político.
Ahora, desde la psicología de los nuevos electores, es un poco más complejo: Trump deja de ser el “castigo bíblico” y se convierte más bien en el antihéroe de la narrativa millennial.
Trump es la encarnación de la devoción de una generación nueva por lo poco convencional, del culto a lo transgresivo. De Trump no los cautiva su potencial destructivo, sino su exponencial transgresor de las reglas. Es un empresario millonario, sigue encarnando el arquetipo del éxito individual frente al Estado y la mitología millennial está poblada de referencias: Tony Starks, Bruce Wayne, el “niño-genio”, el genio rebelde, el espíritu humano torturado por el rechazo, por sus complejos y traumas, en busca de una justicia social que no le provee el sistema.
No encarna la perfección ni el “deber ser”, sino la naturaleza humana imperfecta. La generación millennial no busca cabalgar detrás de una utopía, del “sueño americano”, sino enfrentar la realidad, los Wikyleaks y la desclasificación de archivos del Pentágono.
Los medios de comunicación tomaron militancia como en pocos procesos democráticos, pero lo que llama la atención es ¿por qué todos contra Trump?
La media es parte del establishment. Es un engranaje del modelo económico y político vigente. La reproducción del sistema depende de la industria cultural y al verse amenazado por la emergencia de los outsiders, la media reacciona en defensa de las narrativas de ese sistema bajo amenaza. Por eso De Niro, el Washington Post y Kate Perry hacen carne junto a Anderson Cooper de CNN y el vocero republicano en su impugnación de Trump. Es un sistema que se defiende en todas sus aristas.
Trump no es un empresario ni un político funcional; no es parte del sistema. No es el rico “cuchara de plata” de décima generación, no es el millonario que ha hecho florecer sus negocios con jugosos contratos y concesiones del gobierno. Es el empresario filibustero, el bribón que hizo fortuna peleándole centavo a centavo al IRS (en inglés, Servicio de Impuestos Internos), declarándose en banca rota, driblando las crisis financieras desde afuera, mientras los capitales legítimos del establishment lo hacían desde la banca.
Trump el político tampoco es predecible, no juega con las reglas del sistema. Encarna el simplismo, el descontento crudo y la desazón sin ambages del americano promedio con su sistema político.
Cuando las narrativas del sistema dicen “no entiende la política”, lo que en realidad quieren decir es “no juega con nuestras reglas, no respeta nuestros códigos”.
La gente apoya a Trump, más allá de sus “bravuconadas sexuales de vestidores” y de sus excesos, porque para ese elector esta elección – este sistema político – no le ha ofrecido opciones reales y entonces, entre elegir otra vez al “menos peor”, ha decidido castigar al sistema político encumbrando a un golem, un anti-héroe.
Trump es el HellBoy, el Deadpool de la política norteamericana. Es el antihéroe que idolatra una generación cansada de superhéroes perfectos, de estereotipos estéticos y actitudinales que niegan la humanidad del hombre corriente, y su derecho a representar más allá de los defectos e imperfecciones sociales que lo distancian de las elites y sus imaginarios.
Fajardo junto al profesor Luis Matos en EEUU
En el otro lado están las redes sociales para la difusión de las campañas y la voz de los ciudadanos. ¿Podrán las RRSS ser un contrapeso a los mass media a partir de esta experiencia electoral?
La política en red ha hecho una enorme diferencia, pero es porque los nuevos electores han migrado la política del estado a las redes sociales. Las redes sociales son el hábitat natural de esos nuevos electores “millennials”.
Ellos han descubierto que la red les proporciona una nueva soberanía política, un espacio para organizarse y pensar colectivamente, para producir opinión pública y narrativas propias, sin la censura del estado, sin la CIA escuchándote.
Precisamente por eso al gobierno americano, a sus agencias federales, se les ha hecho vital la conquista, la colonización de la red, y su sojuzgamiento a las reglas del Estado.
El establishment está tratando de someter un territorio virgen, desde donde la insurgencia y el pensamiento disidente contra el modelo se organizan.
Y el establishment ha planteado esta lucha en dos frentes la judicialización de los agentes divulgadores y la judicialización de los operadores de los soportes tecnológicos. Por eso persigue a Assange y Snowden que filtraron los secretos sucios de la geopolítica americana; y también por eso judicializan a los CEO de Apple y de Facebook.
Pero es precisamente esta arremetida lo que ha volcado a los “millennials” a una propensión contra el sistema político que atenta contra su hábitat.
El bipartidismo ha hegemonizado los procesos electorales en EEUU. ¿Será tiempo de abrir la papeleta electoral en ese país?
Está probado que las identidades no son sustancias acabadas, cosas que nos preexisten. Las identidades las reelaboramos, evolucionan, junto con nuestros imaginarios y nuestras narrativas.
Los nuevos electores y los candidatos outsiders son el reflejo de esa evolución de la identidad política en los Estados Unidos. Y queda claro: o el sistema se abre, o los nuevos electores van a castigar al sistema.
¿Cambiará en algo la relación bilateral entre EEUU y Bolivia, más allá del ganador? ¿Alguno es “mejor” para los intereses de Bolivia?
Para los intereses de Bolivia como país, no veo perspectiva de cambio. La política exterior de las grandes potencias, de los estados sólidos, es una sola a desdén de los cambios de gobierno.
Para el gobierno boliviano en funciones, presumo que le resultaría más conveniente la elección de Hillary Clinton. Sus agentes diplomáticos en los Estados Unidos no ocultan su preferencia, más allá de la escasa relevancia que esta “preferencia” tenga para la candidatura demócrata.
Lo cierto es que los aliados ideológicos del gobierno boliviano en la región han asumido posición clarísima en la defensa de la candidatura de Clinton.
La actitud cipaya del presidente de Ecuador Rafael Correa, de “amordazar” a Julian Assange para que no termine de revelar los sucios secretos de Hillary, es la patética evidencia de que más allá de los berrinches asistémicos, estos gobiernos responden y están alineados al gobierno de Estados Unidos.
Maestría de Gobernanza y Comunicación Estratégica 2017
Erick Fajardo concluye adelantando un artículo en el que sustenta la visión sobre la generación millennials, aquella que comandará el planeta a corto plazo y que nació independizada de la agenda mediática. Afirma que su peso se hará sentir en esta elección que ha mostrado un solo rostro de campaña: la del “bellaco Trump”, el tipo que esta generación ve con otro lente, o mejor dicho, desde otra pantalla.
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