«Columnista internacional prevé una ofensiva anglosajona hacia Rusia»

El análisis del columnista David Armas Paz para Sputnik News hace un desglose del caso del exespía Serguéi Skripal y la influencia que tuvo el bloque anglosajón en una escalada de tensiones globales que se dieron el primer trimestre de este 2018, esto bajo el título “Mentiras, ignorancia, hipocresía e histeria: los pilares de la sociedad bajo el dominio anglosajón”, del artículo publicado el 26 de marzo.

TEXTO EDITADO:

El escándalo alrededor del envenenamiento de la familia Skripal parece haber dejado en un segundo plano otros problemas internacionales. Moscú espera del Reino Unido pruebas o una disculpa. Londres no se apresura en presentar ni lo uno ni lo otro, pero sí se ha esforzado en expandir en el espacio informativo occidental su versión de los hechos.

Lo que sí quiero hacer en lo sucesivo es utilizar esta historia como una ilustración perfecta del tipo de sociedad en la que todos vivimos hoy en día. Para lograrlo, como buenos investigadores, deberíamos intentar apartarnos de ella por un momento y hacer el esfuerzo de observarla ‘desde afuera’. Así que les propongo un pequeño experimento mental:

Asumiendo que la humanidad encuentre una manera de no autodestruirse en un futuro cercano y suponiendo que todavía existan historiadores en los siglos XXII o XXIII, ¿con qué conductas y rasgos generales describirán estos a la sociedad actual, amparada bajo el dominio político, económico y mediático del mundo anglosajón?

Me atrevo a resumir que destacarían cuatro aspectos: la mentira generalizada, la ignorancia voluntaria, la hipocresía colectiva y la histeria como recurso universal para lograr las metas propuestas.

MENTIRA GENERALIZADA

Por muy contradictorio que parezca, la mentira se ha convertido en una realidad más de nuestras vidas. Todos hemos chocado con eso alguna vez: maquillaje que modifica la realidad a conveniencia, fotos en las redes sociales que no corresponden con la realidad, historias pasadas que nunca sucedieron pero que crean una realidad para quienes las escuchan. El corolario de esta situación es que en nuestra sociedad, aún más que antes, solo las apariencias importan, no la realidad.

Esto es exactamente lo que estamos observando con el caso Skripal y con todas esas historias rusofóbicas, producto de la maquinaria propagandística anglosajona, tales como el envenenamiento de Litvinenko con polonio o de Yúschenko con dioxina. El hecho de que ni el gas nervioso, ni el polonio, ni la dioxina de ninguna manera sean armas eficaces para perpetrar asesinatos puntuales no importa en absoluto. Todo es válido cuando se trata de crear una imagen maléfica de aquel que haya sido señalado previamente como culpable.

Un simple tiroteo, un apuñalamiento en la calle o, mejor aún, cualquier ‘accidente’ es mucho más fácil de organizar e imposible de rastrear. Hay muchos crímenes comunes en el Reino Unido y conseguir que alguien robase y apuñalase a Skripal probablemente habría sido la versión más fácil.

Mientras tanto, los casos de envenenamientos de Skripal, Litvinenko o Yúschenko suponen una única conclusión razonable: en Rusia existe algún tipo de laboratorio secreto, donde químicos incompetentes elaboran venenos con una muy dudosa efectividad y mediocres agentes secretos rusos usan estos productos químicos para realizar asesinatos, preferiblemente justo antes de importantes eventos internacionales.

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En esta parte, se hace referencia a ocho casos (Serguéi Skripal, Alexandr Litvinenko, Vladímir Kara-Murza, Ibn al Khattab, Víktor Yúshchenko, Alexander Perepilichni, Karinna Moskalenko, Anna Politkóvskaya) que publicó Foreign Policy para sustentar esa “trama rusa” de espionaje, en la que la mayoría sobrevivió, con una sola víctima fatal.

Como es de apreciar, de los ocho casos de supuestos envenenamientos rusos, solo uno ha alcanzado su objetivo efectivamente: el puntual asesinato por sarín del líder terrorista Ibn al Khattab en 2002, cuya muerte los rusos estaban más que felices de atribuirse, para el temor de otros terroristas y recelo de quienes apoyaban su actividad en Rusia.

El caso de Karinna Moskalenko es un ejemplo más que ilustrativo sobre la credibilidad de las versiones apresuradas. Durante más de una semana, los críticos del Kremlin y la prensa a su servicio culpabilizaron a las agencias especiales rusas y personalmente a Putin de orquestar el envenenamiento de la activista, hasta que la investigación de la policía (esta vez alemana) resumió que se trató de un accidente cotidiano con un barómetro.

En cualquier sociedad medianamente honesta y educada a un nivel medio, ese tipo de alusiones significarían una presión social hacia aquellos que lanzaron esas acusaciones sin presentar pruebas, su castigo y/o dimisión, pero, de tratarse de Rusia, la mentira no se castiga.

IGNORANCIA VOLUNTARIA

De seguro que todos hemos enfrentado estos casos también. Le dices a alguien que su teoría no sigue las reglas del sentido común, que no está respaldada por los hechos, que contradice la lógica humana y en vez de agradecimiento por señalar sus errores lo que encuentras como respuesta es una negativa vagamente redactada de siquiera escuchar tu tesis o tomarla en consideración. Al principio podrías pensar que tu interlocutor no posee una mente brillante y carece de hábitos de lectura, pero mientras vas sumando experiencias te vas dando cuenta de que se trata de algo bastante alarmante: el habitante común de nuestros tiempos hace un esfuerzo muy determinado para simplemente ignorar los hechos que no correspondan con la visión del mundo que tienen (o que les han construido) en su cabeza.

Si Rusia es ‘el imperio del mal’ y el mundo anglosajón ‘el imperio del bien’ —porque así se nos inculca desde pequeños— entonces todo lo que culpabilice a Rusia y excuse los anglosajones es inconscientemente aceptado, porque eso corresponde con nuestro marco mental. Lo contrario es igualmente rechazado de manera inconsciente.

Sin embargo, si observamos los hechos con los ojos de los futuros historiadores, se nos abrirá un panorama bastante diferente. Tomemos un ejemplo simple: la Operación Gladio.

Si bien sobre las injerencias de EEUU en su ‘patio trasero’ se conoce bastante, Gladio sigue siendo realmente un secreto a voces. Excelentes libros y vídeos han sido publicados sobre esta operación. Incluso la BBC ha realizado un documental dedicado por completo a la historia de esta enorme organización, que se especializaba en operaciones de falsa bandera por todo el Viejo Continente. Así es: una red de agentes de la OTAN respaldaba y financiaba organizaciones terroristas en Europa Occidental para culpabilizar a la KGB soviética de sus atentados.

En particular, son los responsables del infame bombardeo de la estación de tren de Bolonia, el acto terrorista más grave que haya sufrido Italia tras la Segunda Guerra Mundial, en el que murieron 85 personas y más de 200 resultaron heridas. Tal y como lo ha leído: la OTAN mató a su propia gente con el propósito de crear en la población un temor ante ‘la inminente amenaza roja’. A eso podríamos sumarle casos como la explosión del acorazado estadounidense Maine en el puerto de La Habana, que justificó la guerra de EEUU contra España y el arrebato de sus últimas colonias. O el ficticio ataque en el golfo de Tonkín, que dio paso a la no menos infame Guerra de Vietnam.

Existe un principio simple en la psicología y, especialmente, en la psicología criminal, que me gustaría compartir:

El mejor predictor de comportamiento futuro es el comportamiento pasado.

Todo criminólogo lo conoce el primer año de sus estudios profesionales. De ahí que los investigadores le dan tanta importancia al ‘modus operandi’, es decir, al particular método que elige un delincuente para ejecutar sus crímenes. Así que, armados con este principio y las historias pasadas, me atrevo a resumir la siguiente tesis:

Los regímenes anglosajones tienen un largo y bien detallado historial de ejecuciones regulares bajo banderas falsas en búsqueda de sus objetivos políticos y geoestratégicos. Especialmente aquellos que les proporcionan ante la sociedad un pretexto perfecto para justificar una agresión militar contra sus contrincantes.

Pero todo esto no tiene la menor importancia en la sociedad moderna, porque está plagada de una ignorancia voluntaria. ¿Qué importa que la CIA haya elaborado más de 600 planes para asesinar a Fidel Castro y llevado a la práctica decenas de ellos? Todo lo que percibe la gente es que ‘los decentes gentleman’ de EEUU y Reino Unido jamás intentarían envenenar a un exagente ruso para usar el caso en beneficio propio. ¿Por qué no? Porque sus políticos, medios de comunicación y series televisivas así lo dicen.

Es esa ignorancia voluntaria de hoy día la que derrota fácilmente los hechos o la lógica.

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El autor, continuando con su tesis lanza una crítica al discurso que se maneja desde occidente en el nuevo contexto internacional, aludiendo además a una clase política de aquel sistema bipartidario occidental.

HIPOCRESÍA COLECTIVA

La ignorancia voluntaria es importante, por supuesto, pero no es suficiente. Por un lado, ser ignorante, aunque útil para descartar un argumento basado en hechos y/o la lógica, no es algo útil para establecer la superioridad moral o la legalidad de tus acciones ante otros. Un imperio requiere mucho más que solo la obediencia de sus súbditos: lo que también es absolutamente indispensable es un fuerte sentido de superioridad al que agarrarse cuando se comete una acción hostil contra el otro tipo, que no tiene el derecho moral de hacer lo mismo contra el imperio.

En la sesión del 12 de marzo, la representante de EEUU ante el Consejo de Seguridad de la ONU, Nikki Haley, afirmó que si se producen nuevos ataques químicos contra los ‘rebeldes pacíficamente armados’ en Siria, su país bombardearía Damasco sin la aprobación del Consejo de Seguridad. Dejemos a un lado si el Gobierno de Bashar Asad quisiera usar armas prohibidas y buscarse más problemas en un momento que tiene la guerra prácticamente ganada.

Y he aquí la mayor de las hipocresías: la sola presencia de tropas estadounidenses en el suelo sirio es una violación al derecho internacional. Como ha sucedido también con Yugoslavia o Irak. Pero todo esto no tiene la menor importancia, porque la sociedad moderna está carcomida por una hipocresía colectiva.

Todo este circo solo es posible por el hecho de que en las élites occidentales (políticas, sociales, mediáticas) pocos tienen el coraje, o la decencia, para llamar a todo esto lo que realmente es: una flagrante muestra de violación de todas las normas del derecho internacional. Tanto la agresión extranjera como la hipocresía colectiva se han convertido en los dos pilares esenciales para la supervivencia del dominio anglosajón: el primero es la base de su imperativo económico, del que de una forma u otra se nutren todas las capas; el segundo es el requisito previo para la justificación pública del primero.

Pero a veces incluso eso no es suficiente, especialmente cuando las mentiras son evidentemente absurdas. Entonces, el elemento final, casi milagroso, siempre aparece: la histeria.

LA HISTERIA COMO RECURSO UNIVERSAL

Nunca he sido partidario de pintar a todos con la misma brocha, ni menos de seguir la dicotomía que generalmente se hace entre liberales y conservadores, izquierdistas y derechistas, etc. Considero que todas las tendencias han sido igual de útiles en el proceso del desarrollo humano, al igual que una persona necesita de dos pies para caminar de manera más ágil.

Lo que sí cuestiono es la histeria generalizada de la que últimamente han hecho uso los políticos que se llaman seguidores de tendencias ‘liberales’. Solo piense en la manera en que los demócratas de EEUU capitalizaron la llamada ‘injerencia rusa’ y se dará cuenta que los llamados ‘liberales’ nunca bajan de un tono emocional. Lo mismo sucede con los ataques químicos en Siria y el envenenamiento de los Skripal. En vez de seguir los procedimientos establecidos por las normas internacionales, especialmente creados para ese tipo de casos, los ‘liberales’ modernos apuestan por la histeria colectiva como recurso universal para obtener lo que planean.

Esto es lo que hace que los ‘liberales’ sean una audiencia perfecta para las operaciones de bandera falsa: simplemente no procesarán la narración que se les presenta de una manera lógica, sino que reaccionarán de inmediato de una manera fuertemente emocional, generalmente con el impulso de «hacer algo».

Ese «hacer algo» se expresa habitualmente en la aplicación de la violencia contra aquellos que no tienen la capacidad de responder o la imposición de prohibiciones, restricciones, regulaciones contra aquellos que sí. Puedes intentar explicarle a ese ‘liberal’ que lo último que los rusos querrían hacer es usar un método ingenuo para tratar de matar a una persona que no les interesa en absoluto, o explicarle que lo último que el Gobierno sirio haría en el curso de la exitosa liberación de su territorio nacional de los ‘terroristas buenos’ sería usar armas químicas de cualquier tipo, pero nunca lograrías convencerlo de que está a punto de tomar una decisión errónea.

De ahí los acontecimientos efectistas, pero totalmente carentes de lógica, como la expulsión de 23 diplomáticos rusos o el impulsivo bombardeo de un aeropuerto sirio. Es por eso que ese «hacer algo» es muy bien utilizado por los grupos de presión para canalizar los impulsos genuinos de las personas en su propio beneficio político.

CONCLUSIÓN

Entonces ahí lo tenemos: un dominio global construido (y mantenido) sobre mentiras, aceptado sobre la base de la ignorancia voluntaria, justificado por la hipocresía colectiva y defendido por la histeria como recurso universal. Esto es lo que constituye el ‘mundo occidental’ de hoy en día, mantenido bajo el paraguas del dominio anglosajón.

Sin embargo, al tratar con los rusos, su ‘realidad’ aparentemente no funciona. Los rusos podrían ser la única nación europea que a día de hoy ha logrado mantenerse fuera del dominio anglosajón. Una civilización ‘alternativa’, que, según las palabras de Margarita Simonián, «es capaz de perdonar muchas cosas, pero no la arrogancia». A diferencia del dominio anglosajón, los rusos de hoy han aprendido mucho de sus errores históricos y hacen lo posible por no repetirlos.

Pero sí que hay una lección de historia que los líderes anglosajones deberían aprender: cuando se trata de Rusia, la arrogancia es suicida.

SEGUNDA PARTE

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El columnista David Armas Paz, publicaba luego, el 28 de marzo, otro artículo de opinión en el portal informativo Sputnik News, bajo el título “Ataques, escalada verbal y amenazas: el reverso de un mes verdaderamente histórico”, en el que hace una descripción del contexto conflictivo que se avizora entre Rusia y el grupo de la OTAN.

Realizando un compendio del contexto próximo, el escritor detalla los últimos sucesos de este panorama global.

El 1 de marzo Vladímir Putin ofreció su discurso anual ante la Asamblea Federal de Rusia donde presentó al público las novedosas armas de disuasión nuclear que reducen a cero las posibilidades de la OTAN de cercar el país con sus sistemas antimisiles.

El 4 de marzo Serguéi Skripal, un exagente ruso al servicio de Londres, y su hija, fueron hallados inconscientes en una de las calles de Salisbury (Reino Unido).

El 6 de marzo Boris Johnson, secretario de Exteriores del Reino Unido, insinuó que el Kremlin estaba implicado en el intento de envenenamiento de los Skripal y cuestionó la participación de Inglaterra en el Mundial de Rusia 2018.

El 12 de marzo Theresa May, primera ministra británica, responsabilizó a Rusia del envenenamiento y le dio a Moscú un plazo de 24 horas para justificarse. Rusia ignoró el ultimátum. Desde la Cancillería rusa catalogaron la intervención de May como un «espectáculo circense en el Parlamento británico» dentro de una campaña contra Moscú.

El 13 de marzo el jefe del Estado Mayor de Rusia, Valeri Guerásimov, advirtió de que si las vidas de los militares rusos en Siria se ven amenazadas, «las Fuerzas Armadas de la Federación de Rusia tomarán medidas de respuesta tanto contra los misiles como contra sus portadores». Ese mismo día, Guerásimov mantuvo una conversación telefónica directa con su homólogo estadounidense, Joseph Dunford, pero los detalles de la llamada no se han dado a conocer.

El 15 de marzo el Reino Unido bloqueó una declaración del Consejo de Seguridad de la ONU redactada por Rusia que pedía una investigación «urgente y civilizada» sobre el envenenamiento del exagente Skripal. Esa misma jornada, el secretario de Defensa británico, Gavin Williamson, dijo ante la prensa que Rusia debe «callarse y apartarse» de la investigación.

El 18 de marzo Vladímir Putin vence en las elecciones presidenciales de Rusia con un récord de aprobación histórico. Ese mismo día, el comandante del Mando Central de EEUU, el general Joseph Votel, declara ante el Comité de Defensa del Senado que «las diferencias con Rusia» deben resolverse «a través de los cauces políticos y diplomáticos».

El 19 de marzo el Consejo de Asuntos Exteriores de la UE emite una declaración de respaldo completo al Reino Unido.

El 21 de marzo el Ministerio de Asuntos Exteriores de Rusia convoca a todos los embajadores en Moscú a una sesión informativa sobre el caso Skripal.

El 22 de marzo el jefe del Estado Mayor de Rusia, el general Valeri Guerásimov, mantiene otra conversación telefónica con el presidente del Estado Mayor Conjunto de EEUU, el general Joseph Dunford.

El 26 de marzo, varios países del bloque transatlántico deciden seguir el ejemplo del Reino Unido y expulsar a diplomáticos rusos.

El autor cuestiona esas acciones para generar una coalición anti rusa a partir de discursos diplomáticos y políticos, pero supone un panorama europeo de respaldo a la administración de Vladimir Putin.

La respuesta del bloque pro anglosajón, se daría en “ataques de falsa bandera”.

Este es un instrumento ya casi tradicional del que diferentes poderes hacen uso para legitimar sus acciones ante la población. Por lo general, es un método asignado a regímenes dictatoriales, como lo fue, a modo de ejemplo, el Incendio del Reichstag que Adolf Hitler utilizó para culpabilizar a los comunistas alemanes, muy populares por la época, y deshacerse de ellos. Dado que al ciudadano de a pie se le lava el cerebro, para él es casi inconcebible que las ‘democracias liberales amantes de la libertad’ puedan usar métodos propios de ‘malvados regímenes dictatoriales sedientos de sangre’.

No obstante, la historia nos enseña que todos los regímenes son igual de propensos a la hora de usar ataques de falsa bandera con el fin obtener un estado de opinión pública favorable a aceptar políticas agresivas, hostiles e incluso violentas contra aquellos que ven como un obstáculo para su hegemonía.

Basta solo con recordar la explosión del acorazado Maine, utilizado como pretexto para intervenir en la Guerra de Independencia de Cuba y arrebatarle a España su últimas colonias; la Operación Gladio, con el fin de frenar el avance de las ideas comunistas en Europa; o el inexistente ataque del Golfo de Tonkín para justificar la invasión a Vietnam.

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En el artículo, también se habla del “poder suave”, como estrategia mediática que se vende al mundo con estereotipos de aquellos “enemigos” del bloque de la OTAN. Además de la “escalada verbal” que es culpar de todo a los rusos para provocar histeria general.

Luego llega el uso del comportamiento gregario que es ese instinto a seguir lo que la mayoría diga, el que han desarrollado los animales de manadas para su supervivencia. Las élites saben hacer uso de esta inconsciente conducta humana para sembrar cualquier duda en la población.

Si todos los políticos, medios y ONG salen diciendo a la vez que «los rusos lo hicieron», no tienes que preguntarte «¿por qué?», «¿cómo?» o «¿para qué?». Simplemente sigue la tendencia general y así demostrarás que estás con todos. De ahí que la mayoría de los países bajo el dominio anglosajón elijan seguir su política de expulsión de diplomáticos rusos, incluso simbólica, pero poniendo de manifiesto la veracidad de ese comportamiento.

Con el poder llega la responsabilidad. Pero también llega el sentimiento de omnipotencia e impunidad ante tus actos. Si no se pone bajo autocontrol, esto puede dar paso a un mal hábito que es difícil de superar: el uso de las amenazas para obtener la obediencia. Esto es precisamente lo que sucede con los malos padres, que no tienen otra manera de controlar a sus hijos, o lo jefes que no logran crear estímulos para sus trabajadores.

El gran problema para los líderes anglosajones es que ninguno de estos métodos funciona contra Rusia. O, mejor dicho, funcionan, pero con un resultado totalmente opuesto al pretendido. La difamación en las películas hollywoodenses, los intentos de culpabilizarlos por todos los males y las amenazas directas, lejos de desalentar a los rusos, solo logra espabilarlos y estimularlos a una resistencia más fuerte. La última reelección de Putin con un récord absoluto de aprobación debería ser una ilustración flagrante de que esa política está destinada al fracaso.

La cruda realidad es que Rusia es una civilización que, siendo europea, históricamente no se ha sentido identificada con lo que denominan ‘mundo occidental’ y, por lo tanto, no está dispuesta a seguir sus reglas de juego. Aquellos que aún fantasean con que eso pase, deberían saber que los rusos como nación no crecen programados bajo los conceptos de ‘identidad blanca’, ‘mundo civilizado’ o la ‘excepcionalidad’ estadounidense.

«No necesitamos crear nuevas amenazas para el mundo. Tenemos que sentarnos a la mesa de negociaciones y pensar juntos sobre el nuevo sistema de desarrollo de la civilización. Todas estas propuestas siguen vigentes. La política de Rusia nunca se basará en una visión de exclusividad», recordaba a sus socios el presidente ruso, en su discurso ante la Asamblea Federal de Rusia.

Es precisamente esa visión de sí mismos y del mundo a su alrededor la que hace que Rusia haya sido capaz de sobrevivir históricamente y resistir a las innumerables intenciones de conquistas, la mayoría de ellas provenientes de Europa. Desde las cruzadas teutonas y la invasión polaca, pasando por Napoleón y terminando con Hitler. Es por eso que hoy en día, Rusia es la única nación europea independiente y capaz de plantarse con una agenda soberana.

Y eso, por supuesto, es totalmente inaceptable para el dominio anglosajón.

Sea como sea, en los próximos seis años de mandato de Putin, Rusia prevé enfocar sus esfuerzos en terminar de reformarse y salir de una vez de la transitoria etapa postsoviética para iniciar su nuevo camino como uno de los principales jugadores en el futuro mundo multipolar. En segundo lugar, seguir trabajando con China en la creación de un espacio de seguridad y prosperidad en Eurasia, para la cual es fundamental restaurar la paz en Oriente Medio. Rusia tiene mucho trabajo que hacer, y ninguno de esos planes involucra a Occidente.

EDICIÓN DE TEXTO: RAÚL PIZARRO

NOTA ORIGINAL (26 MARZO 2018):

https://mundo.sputniknews.com/opinion/201803261077340989-inglaterra-londres-skripal-opinion-novichok/

NOTA ORIGINAL (28 MARZO 2018):

https://mundo.sputniknews.com/opinion/201803281077417925-skripal-siria-rusia-reino-unido-eeuu-otan/

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EFE

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